sábado, 17 de noviembre de 2012

Miedo.

Volvimos a la cama,  pero mientras el se metía miré por la ventana, veía el mundo al que no estábamos unidos por la sangre, el mundo que pensábamos que era nuestro y que simplemente es de millones de personas que muchas nos tienen miedo y otras no creen que existimos, me fijé en ese gran árbol que se encuentra enfrente de mi casa, vi como una pareja de ardillas subía a la copa y se comían una bellota, ahora mismo me gustaría ser ellas, o las hojas que vuelan por el viento de la noche que hacen que se posen en el asfalto, ese asfalto que pisaba cada mañana para ir al instituto, en ese momento me fijé en un coche que estaba aparcado, me sonaba demasiado, lo había visto antes, entonces me dí cuenta de que era el coche de Luis, había alguien dentro y seguramente fuera él, caminé despacio hacia detrás hasta llegar a la cama y caer sentada en ella.
- Que pasa.
- Esta ahí.
- ¿Quién?
- Él.
- No, no puede ser.
- Si esta ahí sentado en su coche mirando hacia aquí.
- Pero no nos puede dejar en paz.
En ese momento corrí hacia la habitación de mis padres.
- ¡Mamá, papá!
Se despertaron de golpe.
-¡Que pasa!
- Luis está fuera mirando hacia aquí.
- ¿Que Luis?
- Mi psicólogo.
En ese momento mi padre se levantó decidido y fue hacia la puerta, salió de mi casa y llegó al coche de Luis.
- Déjanos en paz, si no quieres bastantes problemas.
- Que me vas a hacer, ¿pegarme con un palo de golf?
En ese momento mi padre sacó a Luis por la ventanilla del coche, lo tiró al suelo y lo tiró al césped, calló del cielo una espada, la cogió y la pego al cuello de Luis.
- Que pasa angelito, no sabes luchar contra un demonio o qué.
En ese momento entendía todo, nos vigilaba sabía lo nuestro.
- Bastante como para matarte aquí ahora mismo.
- Vas a despertar a todo el vecindario, y el poder de borrar las mentes lo llevas un poco mal ¿verdad?
En ese momento mi padre cogió la espada y acuchilló su cuello sin piedad. El cuerpo de Luis de destruyó en mil pedazos de ceniza, entonces entendí el peligro que corría yo dentro de esa casa, por si algún motivo mis padres o el amor de mi vida cambiaban de opinión hacia mí, podría morir.
Entramos de nuevo a mi casa, sin decir nada me metí en mi cama y me puse hacia la ventana.
- Yo nunca te haría eso, nunca, ni aunque sea mi deber, te amo demasiado como para hacerlo.

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